Estamos inmersas en una profunda crisis, sanitaria, económica, medioambiental y también de valores. Nunca nada volverá a ser como antes, ni lo queremos. No queremos vivir en un mundo inconsciente de sus propios límites físicos, que destruye la naturaleza, única fuente de vida, bajo la premisa de un crecimiento económico sin límite. Un mundo que relega los cuidados a la intimidad de hogares cada vez más aislados y empobrecidos. Un mundo que hace negocio de la salud, igual que de la educación. Un mundo sin techo, en el que las familias viven al día, en espacios reducidos, rodeados de contaminación y alimentados por una industria perversa que llena sus despensas de productos dañinos para ellas y su entorno, pero enmascarados con preciosos envoltorios.

El fracaso de un modelo económico

Tenemos el convencimiento de que la crisis del COVID19 pone en evidencia el fracaso del sistema capitalista, un sistema económico basado en el lucro de unos pocos sobre la explotación de  la mayoría y de la naturaleza. Según el Informe “Tiempo para el cuidado. El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad”. Publicado por Oxfam Internacional, en enero de 2020

Los 22 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres de África. En 2019, los 2153 mil-millonarios que hay en el mundo poseían más riqueza que 4600 millones de personas. Estos ejemplos de riqueza extrema conviven con un enorme nivel de pobreza que se ceba especialmente en las mujeres y niñas”. Algunos ejemplos cercanos:

  • En 2018, Fairtrade International estimó que de media una familia cacaocultora en Costa de Marfil ingresaba 0,78 dólares diarios frente a los 2,51 diarios estimados como renta mínima. El ingreso que obtienen quienes cultivan el cacao contrasta con lo obtenido por los fabricantes de chocolate, que reciben alrededor del 40% del precio final de una tableta, o los minoristas, cerca del 35%. Estos ingresos quedan, además, en pocas manos: solo 3 grandes empresas concentran el 60% del procesamiento mundial de cacao.
  • Según un reciente informe de Setem dentro de su campaña internacional Ropa Limpia  aun no hay ninguna marca de ropa convencional que pueda afirmar que las personas que elaboran su ropa estén cobrando un salario digno, exceptuando a las que trabajan en el país donde se ubica su sede social.
  • En España un operador de campo paga en torno a 20 céntimos de euro el kilo de patata al agricultor. Los tubérculos se cargan en un camión que, en base al recorrido, tiene un coste de entre 2 y 4 céntimos por kilo. Su destino es el almacén donde las patatas se someten a una selección para ver cuáles valen y cuáles no. Las que no pasan el corte, se descuentan del precio pagado al agricultor. Las que sobreviven se clasifican, se lavan, se envasan y se montan en un camión (entre 5 y 3 céntimos) hasta el mayorista, minorista o la gran distribución. Al final del recorrido, los costes directos se sitúan en torno a los 0,25 euros. En el supermercado o en la frutería se vende el kilo a 1,25.

A diferencia del comercio imperante, basado en procesos de producción poco transparentes y muchas veces cuestionables en el respeto de los derechos humanos, el Comercio Justo garantiza salarios dignos, el respeto al medio ambiente e impulsa acciones para fortalecer el liderazgo y la autonomía de las mujeres en el ejercicio de sus derechos y responsabilidades dentro de las organizaciones productoras y de personas trabajadoras.

La necesidad de una salida ecologista de la crisis

El COVID19 evidencia también la necesidad de respetar los límites físicos de nuestro planeta y vivir en consecuencia. La pérdida de biodiversidad debido a la acción humana tiene impactos profundos en nuestra salud y está detrás de muchas de las enfermedades de las últimas décadas. Necesitamos consumir menos y mejor, dejando con nuestro consumo la menor huella posible en el planeta, para garantizar así un futuro a las generaciones que nos preceden. Replantearnos nuestros valores como especie, qué es necesario y qué no, qué nos hace realmente felices, dónde acaba el necesario bienestar y empieza la dañina comodidad que nos caracteriza últimamente, Ser antes que Tener.

En este sentido el COVID 19 pone de manifiesto la importancia de una alimentación saludable, justa y sostenible, donde productoras y productores, de cualquier país, cobren salarios justos por su trabajo; donde se siembre respetando la biodiversidad y propiedades naturales de cada entorno; donde el fruto que se recoja se valore, no por su aspecto, sino por sus propiedades y sabor; donde los consumidores y consumidoras no tengamos que hacernos un “máster” para entender los etiquetados de los productos de alimentación que adquirimos.

Apostar por energías renovables, descarbonizar la economía, fomentar el uso de transporte eléctrico o apostar por la economía circular de manera inmediata y masiva son fundamentales para afrontar la crisis climática

“La perspectiva ecofeminista proporciona claves, creemos, necesarias para repensar las contradicciones actuales, revertir los imaginarios dominantes y proponer nuevas formas de relación con la naturaleza y entre las personas que permitan caminar hacia una cultura de paz que pise ligeramente sobre la tierra.” Yayo Herrero, Córdoba 2019. 

La protección del medio ambiente es uno de los diez principios incluidos en la Carta Internacional de Principios del Comercio Justo, que todas las organizaciones deben cumplir. Según este principio, las organizaciones de Comercio Justo deben entre otras cosas: priorizar el uso de materias primas producidas de manera sostenible; utilizar técnicas de producción que reduzcan el consumo de energía. minimizar el impacto de sus residuos sobre el medio ambiente. en el caso de la agricultura, deben recurrir a plaguicidas o pesticidas orgánicos. en los embalajes se utilizan, siempre que sea posible, materiales reciclados o fácilmente biodegradables.

Poner la vida en el centro, cuidar y ser cuidados

El COVID9 pone en el lugar que merecen a cuidadoras y cuidadores, en el centro de nuestras vidas, porque la vida no es posible sin los cuidados físicos y emocionales de la comunidad. Pone acento en ese papel trascendental que tradicionalmente ha sido asumido por las mujeres sin el menor reconocimiento. Con esta crisis, y de un día para otro, nos hemos dado cuenta de lo esencial que son para el sostenimiento básico de la vida no solo un buen sistema de salud pública, sino tareas cotidianas como el cuidado de personas mayores, la realización de recados a personas en situación de riesgo, el apoyo a las familias sin recursos y más vulnerables… y sin embargo nos hemos topado con un sistema débil y mermado por años de recortes y políticas neoliberales.

Durante las últimas décadas, las políticas sociales públicas que deberían encaminarse a garantizar el acceso universal e igualitario de los derechos sociales básicos de salud, educación, vivienda, servicios sociales y protección económica, han estado caracterizadas por los recortes en los presupuestos destinados a las mismas y a su consecuente y paulatina privatización.

En su lugar vemos cómo es la ciudadanía, a través de grupos de apoyo mutuo, quien planta cara hoy, desde la autogestión, a la crisis del coronavirus con maravillosas iniciativas colectivas. “Esta crisis, a pesar de toda la tragedia que lleva consigo, es también una oportunidad para revisar nuestro sistema comunitario. Nos ayudará a recuperar lo que habíamos perdido: volver a cuidar de nuestra comunidad tejiendo vínculos”. Sara Beltrame, diario digital El Salto

Salir unidas a un mundo mejor

Tenemos una nueva oportunidad. La Agenda 2030 ya nos marcaba el camino. Abramos la puerta y pidamos a nuestros dirigentes el necesario cambio de rumbo.  Desprenderse de lo innecesario y consumir de forma mucho más consciente y responsable es lo que nos toca a nivel personal, pero también es fundamental exigir a políticos y empresas una responsabilidad social. Se trata de cuestionar juntas nuestro modo de vida para continuar más allá de un mes, de un año o una década, y de que nuestros hijos, hijas  puedan hacerlo, en paz y en armonía con la naturaleza.